Un desengaño más

UN DESENGAÑO MÁS. “Centro Popular”, 232, 22/02/1870.

¡Abajo las quintas!
Este era uno de los lemas que figuraban en primer lugar en los programas y manifiestos de todas las Juntas revolucionarias; este fue el grito unánime al ver rodar hecho escombros el trono que mancharon con su impureza y sus perfidias los Borbones; este es el deseo general del pueblo español, y el supremo mandato que dio a sus representantes.
¿Quién no hubiera sido tachado de reaccionario si hubiese llegado a asegurar entonces que las odiosas quintas y matrículas de mar subsistirían después de la revolución? ¿Quién no se hubiese sonreído con desprecio al escucharle? Y sin embargo, el que eso hubiera dicho, no hubiera mentido.
¿Quién podrá creer que los que hoy sostienen ese impuesto de sangre, lo reprobaron en otros tiempos como odioso al pueblo, y como injusto y tiránico? Esa es la verdad, no obstante; los patriotas de ayer, déspotas hoy, han olvidado sus promesas; los que tanto gritaron contra las quintas, las patrocinan y las sostienen hoy. Fiémonos en adelante de las promesas de los ambiciosos; promesas que solo están en los labios, no en el corazón.
¡A que tristes comentarios se presta la antirrevolucionaria conducta del gobierno! ¡Cuánto puede aprender el pueblo para el porvenir!
¡Las quintas! ¿Conocéis nada más odioso para los pueblos? ¿Sabéis cuantas lágrimas hace derramar esa contribución de sangre soñada sin duda por los ambiciosos y los tiranos para aherrojar a los débiles, y cuanta miseria encierra? ¿No comprendéis que ese tiránico impuesto, es fecundo en gérmenes de inmoralidad, y estigma de vergüenza para los gobiernos que lo sostienen?
Los que estáis en el poder, sin duda que no lo comprenderéis; los que tanto os gozáis en las delicias del presupuesto, no tenéis necesidad de saberlo; pero venid, venid a la morada del pobre y comprenderéis la injusticia y la infamia de ese impuesto; venid y arrancadle a una familia el único brazo que la sostiene, y veréis llorar. Si ese llanto no os dice nada; si en cada lágrima no leéis un poema de dolor; si bajo el ahumado techo de ese hogar no os sentís enternecidos, apartaos; vuestro corazón será de hielo, y en balde os interrogarán en aquellas lágrimas, la justicia y las promesas que habéis olvidado.
¿Con qué derecho arrancáis al joven de los brazos de sus padres? ¿Qué autoridad tan suprema es la vuestra, para que robando al que era el único sostén y apoyo de una familia, lo arrojéis en un cuartel o en un buque donde vegeta inactivo para el progreso? ¿Con qué derecho diréis después que la agricultura no avanza, que las artes se estacionan, que las ciencias no progresan, si les quitáis los brazos de que pueden disponer?
Comprendéis que es inmoral ese juego de la muerte, esa contribución de sangre y no la borráis de la historia; sabéis que la ira del pueblo maldice vuestros intentos; y calláis no atendiendo más que a vuestra despótica voluntad. ¿Cómo queréis que el pueblo os bendiga como a los héroes de su regeneración social, si serviles conquistas de las pasadas dominaciones, no sabéis seguir otro camino que el que ellas os marcaron con huellas de sangre?
¿Y para qué queréis el ejército? ¿En qué vais a emplearle? No nos contestéis: todos sabemos para qué sirve el ejército; nadie ignoramos que él es el que con las puntas de sus bayonetas, sus cañones y sus lanzas, sostiene los tronos que se derrumban, y realiza los proyectos de los ambiciosos que le sobornan con oro; nadie ignora que para el poder que cae es la última esperanza, y la primera razón de los tiranos y de los dictadores; nadie ignora esto, nadie; la historia del maldecido militarismo la patentiza en sus páginas.
El pueblo os da sus hijos, y con sus hijos le ametralláis y le imponéis vuestra omnímoda voluntad; el pueblo os da sus brazos, y con esos mismos brazos le ahogáis y le cargáis de cadenas. ¡Qué vergüenza y qué inmoralidad!
Decís que las quintas son necesarias, porque el ejército permanente es una de las condiciones sin las cuales no puede el poder funcionar libremente en su esfera de acción, porque sin su concurso peligraría la libertad, y estaría expuesta a los ataques de sus cobardes enemigos. ¡Ilusión! No es el ejército el antemural de las libertades que hemos conquistado por entero y disfrutamos a medias; no es el sostén de los derechos que la libertad nos ha concedido; solo el pueblo es el que guarda esos derechos, porque sólo él los conquistó; el pueblo y sólo el pueblo es la verdadera defensa moral de la libertad, pues sólo él tiene a su favor la fuerza de la razón, más potente e invencible que la razón de la fuerza representada por el ejército.
No nos arguyáis para justificaros con el tan rebuscado argumento de los enemigos de fuera y los contrarios de dentro; mientras la libertad aliente en el pecho de los republicanos, podéis estar seguros de que nadie atentará a ella. Para combatir a los enemigos de la independencia o de la libertad, no se necesitan quintas ni ejércitos permanentes; al ciudadano entusiasta no es preciso que la suerte le mande al combate; el triunfo de su idea es el móvil que le guía, y el amor a la patria o a la libertad, forma su bello ideal. Ved como entonces se improvisan esos ejércitos aguerridos, que en España asombraron al mundo con sus victorias; cómo los ciudadanos todos son bisoños un día para ser al siguiente veteranos.
Ya veis, pues, como no son tan necesarias e indispensables las quintas, ni las matrículas de mar. Para vuestros intentos sin embargo, el ejército es necesario; porque, ¿cómo sostendríais el trono que soñáis levantar a no apoyarlo en la punta de las bayonetas?
¡Gobierno reaccionario! ¿Para qué engañaste al pueblo que depositó en ti todas sus esperanzas? ¿Ignorabas entonces que para las monarquías es elemento de vida y sostén el ejército? ¿No sabías que hoy los tronos que se levantan y los que quedan aún en pie, deben estar rodeados de bayonetas para sostenerse? Pues si esto sabías, ¿para qué engañarnos? ¿Para qué prometer lo que no entraba en tus cálculos cumplir?
Solemnemente lo prometiste al pueblo, y lo prometió ha un año el que hoy es Presidente del Consejo de Ministros. ¿Sois vosotros los revolucionarios de Septiembre, en los que tenía fijos los ojos el pueblo con la esperanza de regeneración política y social? ¿Sois vosotros los que gritasteis “Viva España”, con honra? ¿Vosotros los que maldecisteis [sic] la pasada dominación?
Pueblo sufrido: razón tienes para quejarte; razón tienes para reconvenir duramente a los que te halagaron con sus promesas y te engañan hoy; razón de sobra para exclamar con tristeza al ver la […] del gobierno tan impremeditada y antirrevolucionaria. ¡Un desengaño más!

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