Meditemos

MEDITEMOS. “Centro Popular”, 222, 10/02/1870. Quadern V.

El contingut de l’article és clarament favorable a la República. Parla de la negativa dels republicans a acceptar Antonio de Orleans, duc de Montpensier, en la corona espanyola. Sembla que encara ningú ha accedit a la corona i s’està buscant rei. El parlament votà definitivament la monarquia el 16/11/70.

Sombrío y nebuloso se presenta a nuestra vista el cielo gubernamental. Negra tormenta va enlutándole cual inmenso sudario, y quizás no tardaremos en ver las pálidas llamaradas de los relámpagos, y en escuchar la clamorosa voz del trueno. ¿Estallará esa tempestad política cuyas nubes empuja el viento de la reacción? ¿La deshará por ventura el rey de los cimbrios, el antiguo republicano, con las ideas que guarda sin duda para mejores tiempos en su fecundo cerebro?
¿Qué sucederá? ¿Estamos abocados a alguna crisis formidable que cambie radicalmente la situación? ¿Es inminente alguna catástrofe? ¿Se prepara el golpe de Estado? ¿Montará el gobierno la dictadura? ¿Proclamará a Montpensier?
Meditemos.
La voz pública susurra misteriosos acontecimientos; esas grandes revistas que se preparan en Madrid y en Barcelona, y según se dice en otras capitales, envuelven algo grave. La prensa ministerial no dice una palabra del pensamiento del gobierno; todos temen; nadie sosiega; esos preparativos y el silencio en que se desarrollan, infunden sospechas y temor.
¿Por qué calla el gobierno? ¿A dónde va? ¿Cree acaso llegado ya el momento de adjudicar la corona al mejor postor? ¿Es por ventura ese mejor postor D. Antonio de Orleáns? ¿O es que el gobierno va a empuñar el látigo de la dictadura para amordazar a la prensa, y esclavizar al país? ¿Qué sorpresa nos prepara?
Explíquenos el gobierno sus intentos; hable claro; no tenga miedo a la luz; diga al país resueltamente lo que quiere; muéstrele a dónde va.
Si así no obra; si desatendiendo el espíritu popular, avanza por el camino de la dictadura o de la reacción; si con sangre del pueblo quiere amasar los materiales para el nuevo trono, mal porvenir le auguramos.
Meditemos.
¿Acaso vacila el gobierno en su marcha política?
Así lo creemos; así nos lo hace suponer su indecisión. Si se arroja en los brazos de la reacción, teme que España a voz en grito le pida estrecha cuenta de su consecuencia; escucha aún los entusiastas vivas de los que derrumbaron el trono al grito de libertad, y honra, y tiembla al solo recuerdo de sus promesas no cumplidas y olvidadas; por otra parte su doctrinarismo político y la tendencia de sus elementos retrógrados, le impiden arrojarse en los brazos de la república, sobre cuyos defensores vio [laurar?] no ha mucho el estigma de su maldición, mientras ahora se estremece al recordar las sangrientas escenas de Cádiz, Málaga, Barcelona y Valencia.
Después de sufrir tantas convulsiones y desastres, después de tantas miserias, el gobierno quiere humillarnos una vez más arrojándose en los brazos de la reacción, reacción tiránica y dictatorial, encarnada en la persona de Antonio de Orleáns.
Mas no será así; jamás francés alguno repetiremos con Cautelar, puede sentarse en el trono español; la generosa sangre de los que lidiaron por la patria independencia en San Marcial y Zaragoza, corre aún por nuestras venas, y no se humillará tanto el orgullo de los que adornan su tricolor bandera con el gorro frigio que dejen escalar el trono a ese francés por medio de vergonzosas intrigas.
Mas no esperéis republicanos que Antonio de Orleáns humille vuestra hidalga soberbia, despreciando la corona que le […] de esa unión que ni es liberal ni sabe serlo; no esperéis que nos abofetee como el viejo marido de la bailarina portuguesa, ni como el reprobado escolar Duque de Génova, no lo esperéis así; Montpensier ambiciona demasiado ese dominio, para sacrificarlo en aras, no del interés general, pero ni aún siquiera de su particular y egoísta conveniencia.
¿Qué camino debemos pues seguir nosotros al […] la marcha del gobierno?
Meditemos.
La idea republicana ha echado hondas raíces en el pecho de los españoles, y nadie será osado arrancar esa idea del corazón de los republicanos, porque les arrancaría la última esperanza. Esperemos, pues, con calma y confianza el día de la victoria; esperemos ansiosos pero con resignación, el día del verdadero triunfo de la libertad.
No nos durmamos, sin embargo, sobre los laureles alcanzados; espiemos vigilantes siempre la reaccionaria conducta del gobierno, y si por ventura el francés de San Telmo, valiéndose de reprobados medios, escalase ufano el trono coronando sus sienes y colgando de sus hombros la púrpura real, arranquémosle esas prendas dignas de figurar en nuestro siglo en un museo de antigüedades, y hagámosle saber airados que jamás se consagró con oro nuestra dignidad, ni comerció ambicioso alguno con la nobleza del pueblo castellano.
El trono español no lo puede […] nadie, porque España es esencialmente republicana; el pueblo rey lo guarda para sí; ¡y ay de los que sueñen aturdidos arrebatarle fraudulentamente ese trono!
¡No más escándalo, monárquicos sin monarca! ¡No más niñadas, prohombres de la situación! Si habéis de retroceder aún más por el camino de la reacción, sentaos y serenad vuestra frente; nosotros seguiremos hasta llegar a dónde no os atrevéis. Si no os queda ningún recurso para llevar adelante vuestra empresa, dejad ese banco azul al que habéis cobrado tanto cariño, y arrojad las […] aún de cruces, bandas y credenciales; no juguéis más con el pobre país que os sacó del ostracismo, y meditad si seguís así, que también habrá justicia para vosotros, pues ante el inapelable tribunal del pueblo, lo mismo son los obreros que los príncipes, lo mismo los políticos de frac que los políticos de chaqueta.
Deja pues las riendas del poder, gobierno inútil, y no hagas alarde de fuerzas para amenazarnos; tu mismo sabes que te engañas; tu mismo estás convencido de tu posición falsa y difícil.
Dicen que has descubierto un nuevo candidato; un príncipe sajón.
Republicanos; sonriámonos de los inútiles esfuerzos de los monárquicos, y dejémosles malgastar sus escasas fuerzas en semejantes conquistas. Mientras tanto, esperemos con calma el día del triunfo; meditemos los desastres a que puede dar lugar nuestra impaciencia, y adalides esforzados de la causa que con tanto honor sustentamos, no dudemos que en breve plazo nuestra tricolor bandera será oreada por las brisas de la gloria en el templo de la libertad.

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