La embriaguez

El Semanario Popular Económico,”La embriaguez”, Páginas morales, fragmento

Estúdiese pues la higiene de la física orgánica, fíjense sus preceptos y háganse observar sus reglas.
El paseo es en primer lugar uno de los ejercicios activos que más aumenta las fuerzas, mantiene la salud y preserva de muchas enfermedades. Las grandes ciudades lo han comprendido así, y por eso París se envanecía con sus Campos Eliseos, sus jardines de las Tullerías y del Luxemburgo, sus bulevares y su jardín del Palais Royal; y en Londres admiramos el parque de Saint James, los jardines de Kesington, el Regent-Park, y el Gran-Park; y en Madrid el Buen Retiro, el Prado y la Fuente Castellana; y en Roma la Villa Borghese; y en Hamburgo las avenidas del Halster, y en San Petersburgo el baluarte del Almirantazgo; y en Berlín el paseo de los Tilos, el Tiergarten y el Wilhemstrasse (…).
El salto, la carrera, el baile, la natación y la caza, pueden también ejercitar el organismo. (…)
Ante todo el aire que se respire debe ser puro, ni demasiado caliente ni demasiado frío, procurando siempre que todas las condiciones atmosféricas puedan dar como resultado la temperatura higiénica. Los centros de población deben estar apartados de todos los focos de enfermedad, y la policía sanitaria tanto rural como urbana debe cuidar de la limpieza y aseo de todo. Los vestidos modificados en su figura, su color y el número de sus prendas por la costumbre, el país y la moda, deben no obstante sujetarse a las reglas que la higiene prescribe, para que nunca puedan convertirse en causas de enfermedad, o al menos predisponer a ellas. Los alimentos deben también tener relación con la vida y la costumbre. Los gobiernos deben cuidar sean abundantes para no dar lugar a carestías; las bebidas deben ser puras debiendo proscribirse cuando pueda el uso de los espirituosos; causa en parte de la degeneración de nuestra especie, débese en fin establecer de una manera lógica la higiene física, y castigar después a los infractores de sus reglas.
Toda cuestión higiénica encierra una cuestión moral, ha dicho Diderot.

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