Apuntes XVIII

Entre las cien mil y una majaderías esputadas al aire libre en un solar barcelonés, por la ramplona inventiva de uno de los diputadillos extranjeros que trabajan por la emancipación humana, levantando nuevos templos que no miran al cielo sino al suelo, tomo acta de la que un Pellegrini, más ahíto sin duda de polenta que de cultura histórica, arrojó al rostro de los buenos al afirmar que hace votos, para que la Casa del Pueblo en proyecto, se levante sobre las ruinas de la Iglesia Católica que asoló España.
¡Oh encopetado y sapientísimo vocero genovés! ¡Oh Religión inmortal! Puedes hacer los votos que quieras para levantar la catedral de la democracia sobre las ruinas de la Iglesia Católica, y revotarte [sic] cuando te convenzas de que la luna no hace caso de ningún ladrido, pero no he de suscribir con un silencio la necia vaciedad de tus charlatanescos exabruptos. Serás todo lo Pellegrini que te plazca, pero habrás de convencerte de que tus afirmaciones históricas son puro jarabe de pico.
¡Esperar que la Iglesia Católica caiga en ruinas! Se conoce que eres de la casta de los Pellegrini que no tiene sentido común. Y asegurar que la Iglesia Católica asoló a España. Este Pellegrini debe ser de los que trotan con el ronzal suelto por los campos de la democracia. ¡Ira de Dios! ¡Quien pudiera convertir en látigo las lenguas calumniadoras de todos los Pellegrinis habidos y por haber, para azotarles el rostro en nombre de la verdad!
Sin duda aún no aprendió el ruin diputadillo, que la Iglesia pasó por España como por todas partes, sembrando la civilización, la cultura, la piedad, el arte y la grandeza. La exclusiva en la siembra de ruinas y catástrofes, la tienen por derecho propio los ruines Pellegrinis de la estofa del charlatán genovés. Por donde pasa su palabra, pasa la duda como viento de fuego que todo lo marchita y aridece. La negación atilda sus hueras peroratas de plazuela, club y logia, y la calumnia se sirve de su lengua para herir sin piedad y sin recato.
¡Oh mensajeros del libre pensamiento! Continuad derribando sin daros punto de reposo, hasta que el derecho conculcado os regale la camisa de fuerza que os merecéis. Cuando vengan las tempestades que estáis sembrando, yo os aseguro que seréis los primeros a quienes ha de herir el rayo. Hasta entonces ¡viva Atila!

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