APUNTES XIII, (nº 145, 16/07/1903)
Presumimos que el ridículo ha de bastarse y sobrarse para dar el golpe de gracia al duelo. Es ciertamente el puntillero más apto y autorizado para ejercer tan importante misión. Porque dicho sea en honor a la verdad, todos los combates personales que se anuncian a son de bombo y chinescos en esta tierra que aún parece de cristianos, suelen terminar ridículamente. A pesar del gesto trágico y del adusto ceño que serán sin duda de rigor en semejantes pantomimas, los contendientes resultan a la postre perfectos arlequines cuyo avinagrado cortejo solo mueve a risa.
Los espantafieros de ocasión, saben desviar prudentemente el tiro, cuando el blanco pudiera dejarlos negros. Es una manera tan socorrida como otra cualquiera de implorar diplomáticamente la piadosa conmiseración del adversario, dándose aires al mismo tiempo de galante caballerosidad. Perdonan la vida al que los saca del pozo. Y cuenta que todos estos son generalmente, los que disparan desde las columnas de sus papeluchos los vocablos más encendidos.
Saben también estos caballeros del escándalo, que el Código Penal no suele atreverse con los duelistas que acuden al campo del honor en automóvil, y suele importarles menos que un bledo que los católicos disparemos rayos y centellas sobre todos los espadachines habidos y por haber. Apenas si se encogen de hombros, cuando se les recuerda que la Iglesia ha conminado con severísimas penas a los autores y cómplices de tan bárbaros desafueros.
Conviene afirmar en todos los tonos, que la civilización moderna tiene detalles muy riffeños. Tal vez por esta razón camina con desconocida velocidad hacia el abismo. En nombre de la libertad se despachurra al prójimo para lavar sin lejía las manchas del honor. Y cuando las leyes piden cuentas a los barateros, de tan estúpidos estropicios, se las burla sin descanso.
Sonriamos pues con la sonrisa del desdén, y adivinando la escena final de tan regocijados sainetes, esperemos que los duelistas, formando coro con los padrinos y jueces de campo, nos digan después del ceremonial acostumbrado que da punto y remate a la pantomima, plaudite cives, que puede traqducirse libremente, ciudadanos, silbad.