APUNTES (La Verdad de Murcia, nº 101, 1/06/1903)
La democracia de los grandes rotativos, no perdona medio alguno para llevar al ánimo de sus lectores, la estudiada pero cómica alarma que supone deben haber producido las Bases leídas por el Ministro de Instrucción Pública, para la reglamentación de la enseñanza. A creer en la importancia de los repetidos toques de somatén que significan cada uno de sus artículos de fondo, la cultura nacional está amenazada de muerte, urgiendo que todos sus amigos se agrupen en derredor de la bandera que enarbola el libre pensamiento.
En las quilométricas columnas que los flamantes heraldos del progreso democrático dedican diariamente a glosar aquella alarma con malhumorados apasionamientos, palpita con odio soberano el grito de guerra a la enseñanza católica. La ironía toma aspectos de argumento en sus párrafos de tribunicio corte, y el sarcasmo sustituye a la razón, cuando ésta no se aviene a servir dócilmente los intereses de la impiedad. Impiedad mansa y dulzachona en los que trabajan por su soberanía con solapada cautela, y gárrula, y populachera en los que se atrevieron a desenmascarar sus intenciones.
La reacción, que siempre es ominosa y ultramontana en el vocabulario de la impiedad, vuelve a ser el coco del libre pensamiento. La ciencia atea, previendo sin duda su derrota en su libre concurrencia con la católica, exige la negación de todo derecho docente a la enseñanza privada, más atenta que la oficial a inspirarse en las doctrinas de la Cruz. Y es que a pesar de todas sus petulancias, no puede ocultar su cobardía.
Persíguese por estos caminos, que el niño no aprenda a pronunciar el nombre de Dios en la escuela de primeras letras, y que el adolescente no responda en los estudios superiores a los requerimientos de la fe. Se quiere demostrar que la ciencia no necesita de Dios, ni de las virtudes cristianas, y que el temor de Dios, fundamento de la sabiduría, no aprovecha para nada.
Y así debe ser, si se desean cosechas de tigres pensadores. No se da simiente más fecunda de tempestades revolucionarias, que los vientos de la impiedad. Que la ciencia moderna continúe erizando con zarzales de la duda, todos los caminos de la vida, y el salvajismo civilizado –perdóneme el lector esta antítesis- hará de las suyas en todas las esferas de la sociedad. Y entonces ya no comenzará el África en los Pirineos, pues desgraciadamente para los pueblos, todos ellos podrán ostentar con iguales privilegios, la representación de los riffeños de Benisicar.